Las inundaciones en Santa Fe fue una de las primeras
experiencias más grandes que participé. Ya había estado en otras intervenciones
de inundaciones en el GBA, pero no dentro de una organización civil de salud
(Médicos del Mundo). Los conocía por mi paso en la Facultad de Medicina, donde
estaban profesores de la carrera. El esquema de trabajo estaba basado en todos
los protocolos sanitaristas de cuidados, con familias, niños y los lugares que
se visitaron de la ciudad cuando las aguas iban bajando. Para tener un panorama
de cómo estaba: era ver la cancha del club Colón (Él cementerio de los
elefantes’, decía en una de sus
paredones), donde el agua llegaba a tapar el travesaño de los arcos. Era por el
año 2003.
Por otro lado el ejército se encargaba de la logística
y las ONG, organizaciones sociales (los que habían llamado piqueteros), estudiantes
de universidades llegaban para ayudar. Nuestro trabajo consistió en atender
problemas de salud, empezar una campaña de vacunación y ayudar al traslado de
las familias una vez que las casas de sus habitantes fueran sanisadas (sus
paredes, techos, tanques, patios). Al hablar con las familias, escuchábamos las
crudas historias de la catástrofe, de los muertos que habían visto pasar arrastrados
en el violento empuje de las aguas por las calles. Lloraban si recordaban lo
que perdieron, y se angustiaban al
recordar a los viejos que vivían solos, y nos preguntaban si tal o cual estaba
vivo.
Otro momento de intervención en Santa Fe, fue en la
vieja estación del ferrocarril Mitre. Allí estaban familias muy jóvenes con
niños que dormían en los vagones carga. Era como un campamento de refugiados
que hoy vemos por las guerras en Oriente Medio. Pude conversar con una de las
médicas que estaban en la organización y les plantee, que no era solo
entretener a los chicos en juegos o dibujos (aunque eso los ayudaba un poco al
sacarlos de los pasillos de vagones donde corrían); había que planificar una
seria atención de las familias y de los niños con otras intervenciones. Hubo un
intercambio de opiniones, y solo reconocían que no tenía nada para trabajar en
algo grupal, en lo que conocemos como ‘Salud Mental’. Pero era más que esto.
Era la ‘salud emocional’ (por las consecuencias que dejan estas catástrofes que
no era solo una crecida del río) y por ende la salud colectiva de una población.
Si
la epidemiología es tener en cuenta cuándo y dónde aparece una enfermedad, lo
mismo sucede con las consecuencias y trastornos que quedan en la gente.
Si bien Argentina (siguiendo con datos estadísticos) tiene uno de los más altos
egresados de las facultades de medicina y psicología, profesionales per cápita para
psiquiatría y derivados de atención psi, no tienen equipos de salud para atender la emergencia que aparece en el
hospital público. Unos de nuestros déficits ya no es solo la mano de obra, sino
una dirección en la planificación de las políticas de salud y especialmente de
Salud Mental. Existen ya secretarias y organismos estatales que trabajan en
adicciones y violencia, pero como sucede cuando se debe evaluar qué se logró en
un período de tiempo, están fragmentados. No
hay una unidad que puede dar respuesta integral. Se repite el modelo positivista
cuantitativo. Se estudia un fenómeno de crecimiento por parcelas, pero no se lo
interrelaciona con lo que sucede en la comunidad. Una comunidad que debe
ser estudiada en su estructura cultural, social y política.
Lo triste de algunos programas que se han
desarrollados en algunos municipios, es que con los cambios de gobierno (cada 4
años) se desmontada todo. No preguntan a su comunidad si ese programa de salud ha servido. Un ejemplo fue en el GBA: algún
centro de salud que trabajaba con un equipo interdisciplinario en violencia de
género. A su vez tomaba el tema no solo desde la atención psi, sino desde los
intersectorial. Trabajando con los sistemas de Justicia y Educación. Toda una red que siempre
hay que estar actualizando y volver a tejer. Las intervenciones terapéuticas
eran grupales (grupos de mujeres, de mujeres con sus hijos)
Desde los 90 en nuestro país, como resultado del
avance de hordas neoliberales- conservadoras, no solo fue el desastre económico
que sembraron. Han dejando la cuestión de la subjetividad como eje central del
individualismo: un ‘sálvese quien pueda’ o ‘si no puedes vencerlos, únete a
ellos’, donde los valores de solidaridad los han querido hacer desaparecer. El
enfrentamiento privado versus público es lo más claro. Las corporaciones médicas o de psicología han entrado en ese tipo de
senda liberal: quién puede pagar se atiende, quien tiene una obra social: zafa.
Si se compara con lo que están proponiendo sobre las vacunas la derecha
política (de que la gente debe pagarlas y los que no pueden entran en un
sistema ‘de ayuda de pobreza’ del Estado) se irá dejando a la población
desamparada sin una salud emocional colectiva, para los tiempos que se vienen.
Carlos
Liendro